Cuando la muerte se camufló en Segovia: Noviembre 11 de 1988, 20 años después

Segovia, primer municipio productor de oro en Colombia; este como muchos otros en el país: ricos por naturaleza, fueron entregados a multinacionales, que se encargaban de la explotación de sus riquezas, convirtiendo así, a sus habitantes en obreros al servicio del aprovechamiento extranjero, que aunque el beneficio era excesivo, sus empleados estaban en la absoluta pobreza y en condiciones infrahumanas para ejercer su trabajo, situación que también se reflejaba en el resto del pueblo.

Estas condiciones, eran con el consentimiento del Estado y del gobierno local, quienes durante su administración no dieron señas, ni mostraron intenciones de cambiar dicha realidad. Precisamente, este escenario fue el que dio luz verde para que nuevas corrientes y propuestas políticas, se instalaran, sin mayor dificultad en la región.

El 11 de noviembre de 1988, poco antes de las siete de la noche, estas advertencias se hicieron realidad por cuenta de los ocupantes de tres vehículos camperos, que a sangre y fuego acabaron con la vida de más de cuarenta personas y dejaron a más de medio centenar heridas. Acciones que no fueron repeladas por la fuerza pública de ese municipio, a pesar de que varios de los hechos fueron cometidos frente al comando de policía y a la base militar de Segovia.

No solamente las víctimas de la masacre, sino Colombia entera merecen que los culpables sean castigados, que las víctimas sean reparadas y que la memoria sea construida con los cimientos de la verdad, porque este es un derecho ganado.

Después de tanta sangre de colombianos derramada y de tantos muertos que puso la Unión Patriótica, lo mínimo que el Estado puede hacer, luego de haber mostrado su incapacidad y negligencia para proteger a las víctimas, es brindar las condiciones y poner en marcha las acciones, que conduzcan a que la verdad histórica, la verdad jurídica y la verdad política, verdades al fin y al cabo, de este país salgan a flote y que la impunidad no siga instalada en nuestras víctimas y sobre todo, en la memoria, mal construida, de este país.

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